NÚÑEZ CASADO, VICENTE
Lo que se encuentra al asomarse por primera vez a la poesía de Vicente Núñez son los continuos guiños del texto, el sabio y espeso tejido de referencias, el juego de oposiciones que se extrema en la paradoja. Es cierto que por detrás se percibe una permanente llamada de atención sobre lo arbitrario y festivo de la lengua, y que una continua ironía subyace en la selección léxica que resuena a rural, a antigua y arraigada materia; pero actúan sobre todo en la lectura el placer de la aliteración, de la frase rotunda, del aparato retórico, de la inspiración musical. Podría decirse: es la carátula de la tradición. El poeta es un virtuoso de su instrumento, alimentaría muchos estudios de estilística y de retórica, y, sin embargo, a él mismo eso no le importa demasiado: el modo en que compone sus libros nos lo muestra, no redondea, prefiere una dispersa versatilidad, un desajuste de formas, alguna clase de irregularidad o imperfección que siempre late y hace sentir su muesca con pleno control, con meditada apertura. La tópica belleza que los manuales escolares aún le piden a la poesía es uno de los núcleos preferidos de este juego de espejos, de espejismos. Mientras todos los mecanismos retóricos que el poeta convoca parece que habrían de tender hacia el abigarramiento barroco, hacia una hiperselección léxica, de orden ornamental, lo que prevalece en el curso del texto es casi lo contrario: la precisión.
Miguel Casado