ESKIBEL, DANIEL
En cualquier campaña electoral, solo uno triunfa. El resto no llega a la meta. Y seguramente todos han puesto lo mejor de sí para llegar. Se han esforzado, han invertido, han soñado, han trabajado. Pero solo uno gana. Es inevitable: todos pierden menos uno. Y perder duele. Duele mucho. La derrota es, definitivamente, la escena más temida por los candidatos y sus equipos de campaña. Pero después de perder, ya no hay nada que hacer. Solo pensar en la próxima elección, tal vez. Y analizar por qué se perdió, intentando corregir el rumbo futuro. ¿Dónde perdimos? La pregunta salta de inmediato y muerde la garganta del equipo de campaña. ¿En los medios de comunicación? ¿En alguna ciudad o distrito importante? ¿En algún segmento clave de la población? ¿En el contacto persona a persona? ¿En las redes sociales? ¿En la calle? No. Perdimos en el cerebro del votante. El cerebro, la mente, la psicología. Allí es donde siempre se pierde (curiosamente, o no tanto, es el mismo lugar donde siempre se gana). Todo lo demás importa, claro, pero las grandes ligas se definen en el cerebro humano. Allí donde cada votante toma su