DÍAZ HERNÁNDEZ, CARLOS
Extracto del Índice:
	
	1. El contagio emocional de los valores del maestro
	Maestros somos incluso quienes no lo somos 
	La relación interpersonal en la escuela 
	2. El maestro modelo no es un jefe 
	¿Por qué han de ser modélicos los maestros?
	Necesita un maestro quien quiera ser maestro 
	3. El deber, palabra canibalizada en la escuela 
	¿Por qué debo ir a la escuela? 
	Un querer y un hacer a la altura del deber 
	4. ¿Qué pasa con las normas?
	La necesidad de unos mínimos regulativos
	¿Qué dice la regla?
	5. Educar en el orden
	Ayudar sin sustituir  
	No hay tiempo interior sin tiempo íntimo 
	6. Enseñar a obedecer
	Maestro domador no, gracias 
	Desobediencias infértiles y desobediencias fértiles 
	7. Enseñar a dominar los deseos 
	Con ternura y vigor 
	Paciencia y forja del carácter 
	8. Enseñar a descifrar lo visible y lo invisible 
	Oye las opiniones ajenas; sólo son opiniones 
	Para manejar la conciencia mental y emocional 
	9. Enseñar a hacer contratos 
	Sin paternalismo: respeto exigente, exigencia respetuosa
	Algunas técnicas útiles para cumplir los contratos
	10. Sancionar pedagógicamente 
	¿Prohibido prohibir?
	¡Y, cuando digamos no, no cambiemos de parecer!
	11. Las reglas de la abuelita 
	La empatía es la mejor medida del yo 
	Afrontar las situaciones, sin huir
	12. Contra el tal Murphy 
Esta obra es la de un hijo de maestros, maestro él mismo, y quiere ser un firme alegato en favor de la persona como ser capaz de aprender y de enseñar, actividades que requieren la figura científica y moral del maestro, su adhesión a una escala de valores, y su compromiso existencial con la humanidad. En palabras del autor: Desde el primer día en que enseñé, quise siempre hacer crecer en humanidad a cuantos se cruzaban conmigo. Solo busco enseñar lo universal que puede brotar de lo contingente; no son primero las ideas y luego la vida social, sino al mismo tiempo, y por eso quien enseña para lo comunitario verdadero que hay en cada ser humano, funda comunidad. Por eso escribo, viajo, buscando a la humanidad. La escuela la hace el maestro. Afortunadamente los maestros hacen que sus alumnos sean más, de lo que hubieran sido sin ellos. La escuela para la comunidad, en tanto que escuela para la vida, solamente será posible si sus fundamentos tienen real solidez y van más allá de la inmanencia pragmática y rompen los muros de las aulas. Cuando se abre un aula con un buen maestro, la creación entera vuelve a latir.